Historia a tres voces de nuestro viaje a Israel

Cena Anual Enseña por Colombia

Historia a tres voces de nuestro viaje a Israel

El viaje comienza antes del viaje. Un correo sencillo que dice “felicitaciones, vas a hacer parte de Reality Revolve 2018”, y la travesía empezó. Listas de tips para empacar maletas, el código de conducta y algunas lecturas sugeridas, una llamada en la que describieron el itinerario y ya, oficialmente parte del gran encuentro.

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Angélica Martínes, Diego Martínes y Carlos Ortegón

Apliqué con la esperanza de participar de una experiencia interesante y tener una visión diferente de lo que significa el conflicto palestino-israelí. Antes del corto pero emocionante mensaje, pasaron un par de meses donde mi esperanza gradualmente se iba desvaneciendo, pensando en que sería otra aplicación que iba a tener por respuesta “gracias, pero no, gracias”. Pero después de dejarlo un par de días en mi bandeja de entrada sin abrir, por haberlo considerado spam, grité de la emoción en sala de profesores al descubrir que en dos meses estaría en Israel; y si bien no tenía claro el propósito del viaje, definitivamente me emocionaba ir a un lugar tan lejano y diferente a Colombia. Ese mensaje era la promesa de aventura con significado y fue parte sustancial de mis conversaciones durante los siguientes meses.

La segunda semana de julio, el lunes 9 para ser preciso, no estaba tan emocionado porque tenía que cuadrar reemplazos en el colegio y asegurarme de que mis estudiantes lograran tener todas sus notas a tiempo, fue algo agotador. Aunque recibí el apoyo de los profesores de matemáticas del colegio, el Coordinador, el Rector y sobre todo, la profesora de apoyo que iba a tomar la mayor parte de mi carga; envié actividades, hablé con mis estudiantes, dejé todo lo más listo que pude y empaqué el computador en mi equipaje.

El miércoles 11, a eso de las 10 de la mañana, salí del colegio al aeropuerto, un recorrido de más o menos hora y media. Cuando pisé el aeropuerto dejé todo mi estrés y afán, me sumergí en ese estado de felicidad, calma y lejanía de la rutina para empezar un viaje. A las 3 y media de la tarde ya estaba en el avión que me llevaría al otro lado del Atlántico, por segunda vez en mi vida.

Después de pasar por inmigración, que bien hubiera podido ser un episodio de “Alerta Aeropuerto” (en los correos nos advertían de esto y nos sugerían estar preparados para responder más preguntas de lo normal),  por fin estaba en Tel Aviv. Tomé un taxi y llegué al hotel donde me encontraría con mis compañeros de Colombia y una compañera de España. Nosotros llegamos antes que los demás, lo que nos dio tiempo de pasear por la playa y conocer el Parque de la Independencia, antes de ir a encontrarnos con todos a las 2 de la tarde en otro hotel.

Personas de todo el mundo, más o menos de nuestra edad, estaban esperándonos en un bus, el bus en el que recorreríamos Israel durante 2 semanas. Al principio no sabíamos si saludar o no, pero de pronto escuchamos a las personas de atrás decir “creo que también viene gente de Colombia”, esa fue la oportunidad perfecta para entablar nuestras primeras conversaciones y romper el hielo. El bus nos llevó a un Parque Natural Bíblico en donde tuvimos la primera actividad del viaje: pastorear unas ovejas. El desconocimiento para realizar esta tarea sin duda nos unió, sin importar que éramos de países diferentes esa actividad permitió formar lazos de amistad, que hasta el día de hoy siguen fuertes. Recuerdo haber pensado: “si ésta es la primera actividad, ¿Qué otra sorpresas me esperan?”

Y definitivamente, este viaje fue un constante descubrir y sorprenderse. Recuerdo que ese mismo día a las 7:00 de la noche, estábamos reunidos en una sala sin paredes, sentados en cómodos cojines, compartiendo nuestras expectativas sobre el viaje, pero yo no lograba concentrarme del todo, pues me sentía intrigada del por qué a esa hora, el sol seguía alumbrando con tal fulgor. Esa fue para mí la primera sorpresa de un viaje que estaría cargado de ellas, pues aunque el itinerario estaba develado, el porvenir era incierto.

Minuto a minuto empezamos a disfrutar un viaje completamente diseñado para hacernos felices, poco a poco fuimos descubriendo la magia de la moderna Tel Aviv, la sobria y sublime arquitectura en Jaffa, la majestuosidad de las ruinas en Masada, la exagerada salinidad del Mar Muerto, y la sublime energía de un Sabbath en Jerusalén. ¡Oh! Cuán hermoso fue celebrar este ritual judío, y qué gran sorpresa fue descubrirme un poco judía, un poco islámica, un poco cristiana, un poco laica.

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¿Cómo no conmoverse, inspirarse y maravillarse ante tantas iniciativas que apoyan la generación de relaciones y empatía entre israelíes y palestinos? Muchas gratas sorpresas conmovieron mi alma, pero sin lugar a dudas, la mayor sorpresa fue descubrir la comunidad que se formó entre personas de países tan distintos como Ghana, Vietnam, España, México, Colombia y EE.UU. y que había algo que nos unía, más allá de nuestras creencias, descubrir el sentido de unidad que late en cada uno de nuestros corazones. Una comunidad construida desde el amor y la gratitud por la presencia del otro, una comunidad que surge del conocimiento de nuestras historias, toda evidencia de nuestros aprendizajes, luchas, sueños, amores y deseos, parte esencial de ese tejido emocional que nos une como humanos.

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