La escuela es la esperanza

La escuela es la esperanza

La escuela es la esperanza

La espero sentada y nerviosa en la cafetería Old Pan, con una temperatura a la que mi cuerpo ya se encuentra acostumbrado, he esperado casi dos años por verla a los ojos y sonreír. Las llamadas no son suficientes cuando se tiene la cabeza en la ciudad y el alma en campo.

La escuela es la esperanza
Marcela García Segura
Alumni Cohorte 201?

El jugo que he pedido ya se calentó y sostengo una conversación regionalista  con don Paul, quien me saludó: – ¡Profe, Volvió! 

No he esperado mucho hasta que el teléfono suena y la voz dulce del otro lado me grita -¡Profe ya llegué! Solo atino a mirarla parada en la calle con sus años detenidos y el futuro incierto.

Siento al verla de nuevo como que la esperanza se aviva, no lloro por puro recato, aunque el corazón se me detenga al escucharla decir –La extraño mucho profe… usted me cambio la vida.

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Maira, se llama, y creo que si recuerdo a alguna de mis estudiantes, es justamente a ella. Tiene quince años, hace poco los cumplió, y es bella como las mujeres que nacen en el Urabá antioqueño; un pedacito de tierra colombiana pasado por los años y la sangre. Lugar en donde fuera profesora durante dos años, y del cual recibí lecciones para toda la vida.

Este año cursa noveno grado, y su particular serenidad me hace saber que no le preocupa el dinero o la guerra; sabe que sus sueños son tan poderosos que los hará realidad muy a pesar de vivir en una de las regiones con mayor presencia paramilitar en Colombia.

Maira es para mí, una de esas mujeres fuertes que aún no pierde la dulzura. Y aunque hable más bien poco, lo hace siempre mirando a los ojos. Pienso en ella casi a diario desde el día en que di por terminado mi proceso como profesora de aula y me despedí por primera vez de ella y de mis treinta estudiantes de grado primero. No dejan de inquietarme las violencias que le atañen por su condición de ser mujer, de ser niña, de ser campesina, de haber nacido en el sur, de ser colombiana.

Colombia es según la encuestadora británica Ipsos Mori, el sexto país más ignorante del mundo, uno de los diez más violentos, el último en las pruebas Pisa[i] 2015, el primero en índices de desplazamiento según la ONU, el país con mayor número de conflictos medioambientales ecológicos de acuerdo con el  instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona, y aunque suene a paradoja, el segundo país más biodiverso y el más feliz del mundo también.

Maira, como las demás niñas del Urabá, probablemente no lee el The New York Times, y como algunas muchas otras ni siquiera tenga luz o agua potable en su casa o Escuela, pero con seguridad sabe de guerra, y aunque le haya tenido que ver la cara de frente, es una mujer de paz.

Con cada acción, con cada gesto, con cada rechazo de violencia en su contra, con cada caricia y señal de lucha, mis niñas estudiantes me acercaron a la reflexión perpetua de la paz y de la guerra, me mostraron que nacer en el sur no te hace tercermundista, que acceder a escuelas en condiciones poco dignas no te convierte en desfavorecida, que no eres pobre al no compartir necesidades de consumo, y que nacer en un mal llamado contexto de guerra no te hace violenta.

Perdí la cuenta del número de abrazos que le he dado, me tomo mi segundo jugo caliente mientras vemos fotos y recordamos el semillero de artes que creamos en la Escuela Nel Upegui en el 2013. Nos relatamos la vida en una hora, ella llora-quiero creer que de emoción- y entonces pienso que compartimos  ilusiones. Nuestros sueños hablan de un país en donde la inversión se hiciera en helados y juguetes, y no en guerra, donde la libertad esté dada por decir lo que se nos ocurra, como en un salón de clases; donde los bolsillos no estén llenos de droga o dinero sino de insectos y gomas de mascar secas.

Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o Informe PISA (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment)

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Mientras conversamos, ideamos juntas un lugar en donde la gente se mate de risa, donde  fronteras se desdibujen, donde se compre con papelitos de peso hechos a mano, en donde por ley y por derecho nos levantemos temprano para la Escuela, y pasemos el día entero aprendiendo y jugando.

Un país hecho y hasta gobernado por nuestras niñas y niños.

Muchos profesores en Colombia, han hecho de la Escuela  mas que un espacio físico, la han convertido en un todo como bien decía Freire, para soñar y humanizar. El arduo trabajo al que se han sumado muchos docentes y maestros en este mal llamado contexto de guerra, ha sido justamente desmitificar la idea de que nacemos y se nos condena a morir violentamente.

Siendo profesora entendí entre tantas cosas, que el carácter político y esperanzador de la docencia, demanda de la convicción de continuar enseñando y aprendiendo en todas las dinámicas de la vida, y que el mayor ideal será siempre trabajar por la paz. De ahí lo nocivo de concebir pueblos enteros como pobres, subdesarrollados o violentos, de dividir, excluir,  o re victimizar comunidades, pueblos, o como la historia lo ha permitido, culturas enteras.

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Al despedirme por segunda vez de Maira, siento la eminente  responsabilidad de reafirmar mi compromiso con la Escuela, comprendiéndola desde luego más allá de las aulas, y aproximándola al ejercicio social y político, en donde con seguridad se le apueste al desacuartelamiento del pensamiento, al desarme de la conciencia, y la resignificación de la pobreza, el desarrollo y la justicia.

Las niñas y mujeres nacidas o víctimas del conflicto y la guerra, no estamos llamadas a reproducir la violencia.    Maira y las mujeres del Urabá son señales de coraje por hacer memoria sin rencores. De trabajar a diario por sembrar la paz en un lugar en donde la injusticia ha dejado más muertes que la guerra.

Creo que Maira me ha hecho pensar, en las más de 440.000 mujeres asesinadas a  lo largo de la guerra en este país, los cuatro millones de desplazadas, y el fenómeno de la feminización de la pobreza. Comprendo que ser mujer colombiana nos hace ser la voz viva de la injusticia, pero defensoras acérrimas de la paz hecha desde la casa y la Escuela; entonces me despido tranquila de haber hecho el trabajo.

Sé, cuando pienso en Maira y mis estudiantes, que es posible concebirse fuera de la lógica violenta, básicamente porque en las aulas de clase, hoy se les permite a nuestras niñas y niños, soñar con  un país en donde no solo se hable de paz, sino que se materialice a diario.

IMAGEN[1]Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o Informe PISA (por sus siglas en inglés: Programme for International Student Assessment)

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